TORCIDA
  • Home
  • info + contacto
  • ARTÍCULOS
  • NOTICIAS
  • FRICCIONES
Picture
Realismo Socialista, 6 placas enmarcadas con iniciales de bronce; una placa de bronce grabada con soporte de madera lacada. Medidas variables, 2009. En "Notizen", Galería D21, Santiago. Fot.: Brantmayer
​

"Realismo socialista"[1].

​Por Nelly Richard

​Una determinada ubicación del espectador de la exposición “Notizen” de Gonzalo Díaz en las salas de la galería D21 presenta un ángulo de visión que abarca “El último cuadro de Malevich” y otra obra titulada “Realismo socialista”. Ya que la exposición de G. Díaz evoca la Revolución Rusa, sería imposible no recordar que, después de la muerte de Lenin, las políticas culturales de Stalin condenaron a muerte a la abstracción vanguardista (constructivismo, suprematismo) por considerarla anti-proletaria y decidieron retornar al pasado de la tradición de las Bellas Artes anteriormente negado por la Vanguardia.  Estas mismas políticas culturales le encargaron al arte la misión de educar a la sociedad siguiendo un molde estético que ilustrara las nuevas condiciones de vida programadas por la revolución comunista en una copia fiel (“realista”) de su discurso oficial. El principio básico del realismo socialista se afirma en la mímesis, es decir, en la imitación de la realidad (una realidad socialmente guiada por la Verdad que encarna el mito de la Revolución), mediante técnicas subordinadas a la ortodoxia de la representación pictórica y escultórica. En la exposición “Notizen”, la ironía de G. Díaz hace que las palabras “Realismo socialista” le sirvan de título a una obra compuesta por la sigla LGBTIQ (Lesbianas - Gays - Bisexuales - Trans - Intersex - Queer) escrita -institucionalmente- con una tipografía monumental que graba cada letra mayúscula en una placa de bronce encuadrada por la solemnidad de un marco negro. 

​¿Cómo interpretar el hecho de que esta obra de G. Díaz haya decidido convertir en oficial -en “realista-socialista”- la sigla LGBTIQ de la disidencia sexual? La paradoja nace, primero, del saber que la Revolución del Proletariado cifró su ideología del cambio en la clase social como única posición determinante, relegando así al ámbito privado de la subjetividad las cuestiones de sexualidad y género que consideraba menores y, además, distractoras. Efectivamente, la Revolución del Proletariado y la izquierda que se inspiró en ella se cuidaron de que los laberintos psíquicos de la sexualidad y del género no interfirieran perversamente con la cientificidad del método marxista-leninista que se aplica estrictamente a la objetividad de las estructuras sociales.  De ahí la sorpresa del espectador al enfrentarse a la conflagración semántica que hace surgir la obra de G. Díaz en el cruce forzado entre “realismo socialista” y “disidencia sexual”.

¿Por qué titular “Realismo socialista” a esta obra que exhibe la sigla reconocible de los movimientos de la disidencia sexual?  Cualquier teórica feminista contemporánea podría interpretar el gesto de G. Díaz como un  guiño crítico que alude al modo en que el  multiculturalismo, con su segmentación flexible de identidades sexuales reducidas a particularismos,  torna dichas identidades  fácilmente asimilables al  mercado neoliberal de los gustos y las tendencias que despolitiza las luchas activistas con su menú de opciones de consumo. La sigla LGBTIQ -enmarcada bajo el título de “realista socialista”- connotaría este giro que convirtió a la diversidad sexual y a sus políticas de identidad en un lugar común de las democracias liberales, tal como se expresa internacionalmente en las distintas versiones de la Gay Pride Parade organizadas en las principales ciudades del mundo. La sigla LGBTIQ que adorna las campañas de no discriminación a las minorías sexuales, funciona como cliché del multiculturalismo para la derecha conservadora que odia sus modas culturales de lo “politically correct”: un término que, desde ya, ironiza con el anterior uso marxista de esta indicación que,  en los tiempos de la Guardia Roja o la Revolución Cultural, transmitía la obligación de que los grupos revolucionarios definieran cada aspecto de la realidad según lo inflexiblemente dictado por su línea partidaria. Lo “politically correct” de las campañas de promoción del respeto institucionalizado a las minorías sexuales en las que se inscribe la oficialización de la sigla LGBTIQ tendría entonces algo de “realismo socialista”, debido a convenciones de lenguaje que, impositivamente, sancionan una ortodoxia de la conducta y del discurso. Pudiese ser que las monumentales tipografías en bronce de la sigla LGBTIQ de esta obra de G. Díaz ironizaran con ciertas modas culturales que parecen querer aplicar el espíritu doctrinario del “realismo socialista” al querer convertir las categorías en rótulos, las definiciones en etiquetas, los estilos de expresión en moldes discursivos, las formas de ser en manuales de obediencia, las particularidades diferenciales en series de logotipos y estereotipos.      

​Cualquier teórica feminista contemporánea podría, además, leer la provocativa obra de G. Díaz como una invitación a retomar el debate sobre marxismo y feminismo entre Judith Butler y Nancy Fraser: un debate a través del cual N. Fraser afirma que los nuevos movimientos sociales que reclaman “reconocimiento cultural” para las distintas identidades genérico-sexuales resumidas por la sigla LGBTIQ, abandonaron el tema político-económico de la producción social (un tema crucial para el socialismo) o bien lo disolvieron en la artificialidad de lo queer. Para N. Fraser, sería ya la hora que el postfeminismo vuelva a considerar la tradición del feminismo de izquierda, para confiar nuevamente en “un marxismo unitario y progresista que retorne al materialismo de un análisis objetivo de clase”[2]. Por así decirlo, el llamado de N. Fraser a que el feminismo se reencuentre seriamente con el marxismo podría entenderse como una forma de exigirle “realismo socialista” al postfeminismo para corregir así las distorsiones de género de lo queer graficadas en la sigla LGBTIQ de la exposición “Notizen”. Y podríamos, entonces, vincular la ironía de la obra de G. Díaz con esta tensión crítica entre, por un lado, el feminismo socialista (que atiende “realistamente” las condiciones económico-sociales y sus estructuras objetivas de desigualdad, por ejemplo, salariales) y, por otro, el transfeminismo (LGBTIQ) que parece aplaudir con demasiado entusiasmo el sobregiro de subjetividades nómades que festejan la desintegración del género sin fijarse lo suficiente en las estructuras de opresión que siguen explotando a la humanidad en general.    

Estas discusiones entre el feminismo socialista, el feminismo deconstructivo, el feminismo liberal, el feminismo anti-neoliberal, etc. ingresaron a nuestra esfera pública después de la insurgencia feminista de mayo 2018 en Chile que, junto con denunciar el sello patriarcal de toda la arquitectura de poderes simbólico-culturales que rige nuestra sociedad y sus instituciones (incluyendo las universidades), efectuó una crítica transversal a cómo el modelo capitalista gestiona la relación entre mujeres, sexualidad, género, clase y raza. Al situar las siglas “LGBTIQ” en un campo visual que incluye las palabras “Asamblea Constituyente” escritas en el primer muro de la galería D21, G. Díaz nos ofrece la posibilidad de incorporar la reflexión feminista sobre sexualidad, género, política y subjetividad al actual debate político-nacional referido a una Nueva Constitución: una reflexión que censuraron aquellas ideologías marxistas nacidas al fragor de la Revolución de Octubre y que, lamentablemente, el pensamiento de la izquierda clásica en Chile sigue marginando de sus debates sobre cómo ampliar los contornos de la democracia garantizando valores de igualdad no sólo sociales sino también genérico-sexuales. En la intersección virtual entre las palabras “Asamblea Constituyente” que marcan el ingreso a la sala de D21 y la cita del “blanco sobre blanco” de Malevich cuyo plano vaciado y flotante puede traducirse -metafóricamente- a la figura de la “hoja en blanco” de la Nueva Constitución, la obra “Realismo socialista” y su sigla LGBTIQ introducen en la sala de la exposición de D21 el indispensable ángulo de visión del feminismo: la delimitación estratégica de un enfoque sobre cómo funciona en la sociedad la oposición binaria masculino-femenino con su jerarquía de dominación y subordinación y, también, la propuesta de una nueva mirada sobre cómo romper el binarismo de la identidad y la diferencia haciendo vibrar la línea de fuga de la alteridad para salir del asfixiado mundo de las oposiciones excluyentes y de la sedentariedad de las categorías monolíticas, sin fisuras.
​
Llama la atención en la obra de G. Díaz que el significado vago (divagante, extravagante) de Queer resumido en la letra “Q” se vea contradicho por la tipografía tan recta y severa que monumentaliza la sigla LGBTIQ en el muro. La plasticidad del vocablo “queer” designa las vacilaciones de identidades y géneros cuya hibridez burla cualquier tipo de naturalismo identitario, es decir, cualquier “realismo socialista” de la identidad como identidad fija, invariable, predeterminada. La obra “Realismo socialista” contrapone la rigidez y pesantez tipográfica de la inicial Q a las identidades sinuosas y vagabundas que deambulan por los recovecos de lo que nombra la palabra queer. Este sería un caso más de cómo G. Díaz usa la paradoja nominal y figurativa para someter los enunciados a contradicción, desafiando la regla de la univocidad del sentido: una regla en cuya síntesis deberían reabsorberse diferencias y conflictos de palabras y sentidos tal como lo exige, por ejemplo, el materialismo dialéctico cuya filosofía oficial le sirvió de guía a la Revolución de Octubre (referida intermitentemente en la exposición “Notizen”) para sofocar las energías críticas de la lucha de contrarios en la superación final de la contradicción. En las obras de G. Díaz, los opuestos no se reabsorben sintéticamente en una unidad final ni total sino que bailan una coreografía de la ambigüedad y la complejidad: los términos disyuntos se niegan a forma parte de una unidad superior de integración y reconciliación para hacer valer, por el contrario, sus discordancias de formas y contenidos como una invitación a no dejarse subordinar por los ideales de un significado absoluto: ni el de una Revolución delineada teológicamente por la Historia, ni el de una sigla de la disidencia sexual portadora de un tumulto de los géneros ya apaciguado por la capitalización institucional o mercantil de su uso, ni tampoco el de un arte de crítica social sometido al imperativo de la representación política. 
Artículo
06/05/2020
Picture
Fotografía: Paz Errázuriz
Nelly Richard
​

Es teórica cultural, crítica y ensayista chilena, fundadora de la Revista de Crítica Cultural. Entre sus últimas publicaciones, se encuentran: Abismos temporales. Feminismo, estéticas travestis y teoría queer (2018) y Latencias y sobresaltos de la memoria inconclusa (2017).
Notas
​

1. Este es un fragmento del texto “Octubre 2019. ¿Y el arte?” sobre la exposición “Notizen” de Gonzalo Díaz (Galería D21, noviembre 2019-enero 2020), que será prontamente publicado en su versión completa. 

2. J. Butler en: Judith Butler - Nancy Fraser, ¿Reconocimiento o redistribución? Un debate entre marxismo y feminismo, Madrid, Traficantes de sueños, 2000. P. 71.   
Powered by Create your own unique website with customizable templates.
  • Home
  • info + contacto
  • ARTÍCULOS
  • NOTICIAS
  • FRICCIONES